Corría
el año 1830 y en
los suburbios de la
ciudad de Londres
se establecieron muchas familias
provenientes del campo
para trabajar en las
fábricas. Vivían en
casas muy precarias
y eran familias
muy numerosas.
Una oscura noche de otoño hubo
una gran tormenta
y muchas casas
fueron arrasadas por
la corriente y
quedaron destruidas. En
una de esas
humildes viviendas vivía
la familia Ross
que fue víctima
del gran diluvio.
El techo de
la casa se derrumbó
por
completo, y dejo bajo sus
escombros a los
padres. Joseph y su
pequeña hermana se
separaron en medio
del caos y
quedaron vagando en
la ciudad.
Tras la catástrofe el
gobierno recogió
a los niños
de las calles y los distribuyó
por distintos orfanatos
cercanos al pueblo
afectado.
Joseph
se convirtió en un niño
triste y solitario.
Había hecho sólo
un amigo a quien
le confió su
preocupación por saber el paradero
de su hermana.
Noche tras noche tomaba
su valijita, que era el único recuerdo que había
logrado rescatar de
los escombros. Allí
guardaba una foto
de la pequeña
y estaba decidido
a encontrarla.
Pensó
un plan para
escapar del orfanato
y conto con la
ayuda de
su amigo para
hacerlo. Una mañana
se escondió en
un gran tacho
repleto de sabanas
sucias y cuando
trasladaron toda la
ropa para su
lavado, Joseph se
encontró libre y
dispuesto a empezar
la búsqueda.
Durante muchas
noches durmió bajo
un puente junto
a otros chicos
y aprendió el
oficio de lustra
botas. Entre sus
clientes había un
importante empresario, dueño
de una fábrica
textil, que con
el tiempo se
encariñó con Joseph
y decidió llevarlo
a trabajar con
él.
Un día el
joven le confió
su historia y
su propósito de
encontrar a su
hermana. El dueño de
la fábrica se
conmovió y prometió
ayudarlo.
Si
bien era un
niño, Joseph trabajaba
muchas horas y
se esforzaba mucho
con la esperanza
de recibir noticias
pronto.
El
tiempo fue pasando
hasta que un día, llegó
el empresario con
información del paradero
de la hermana. Un oficial de
policía, que era
amigo de la
familia, encontró un
perfil parecido al
que le había
descripto el deño
de la fábrica,
era el de
una niña que
había sido adoptada
por una familia
adinerada y reconocida
por su participación
en los Ferrocarriles
de Londres.
Días
después, el empresario, el
policía y Joseph
se presentaron en
el domicilio sospechado
y, cuando se abrió la puerta,
la pequeña niña se asoma
y corre a
los brazos de
su hermano. La
emoción de todos los presentes, al
verlos y conocer
su historia, fue
tan grande que
la familia decidió adoptar a
Joseph. Así, los niños crecieron
juntos sin olvidar nunca lo sucedido y siempre agradecidos por haber tenido una
nueva oportunidad.